Situación 1:

Estoy andando, cogida de la mano de mi pareja.
Y de pronto, sin haberme dicho nada, se para bruscamente y tira de mi mano hacia un escaparate que tiene artículos que le interesan.
Me pilla desprevenida, y mi reacción en el mejor de los casos va a ser un “EH!” de sorpresa.
Si esa situación es algo que vivo a menudo con una determinada persona, es muy probable que ya no quiero andar con esa persona cogida de la mano, o si me obliga, es posible que desde el principio sentiría cierta tensión y no sería capaz de relajarme, en anticipación de un tirón.

Situación 2:

Estoy andando por una tienda de libros (mi perdición), inmersa en los títulos de los libros nuevos que todavía no he leído.
De pronto, y sin previo aviso, un amigo que me ha visto por la tienda, se acerca de espaldas, me coge y me levanta…. “HEYY, amiga!!!”
Estoy segura que mi reacción no va a ser de alegría.
Me asustaría. Y si eso me pasaría más a menudo, seguro que empezaría a estar nerviosa en entornos con mucha gente, esperando un sobresalto en cada momento.

Situación 3:

Estoy sentada en la butaca con mi libro favorito, completamente inmersa en él.
Mi madre se acerca de espaldas para preguntarme si quiero un té. No se da cuenta de que yo no la he visto, y me toca el brazo.
Mi reacción?
Sobresalto… y mi cuerpo en segundos se llena de adrenalina.
Esas situaciones nos pasan pocas veces, ya que la etiqueta entre humanos no nos permite ese trato.
A muchos perros les pasa una decena de veces, cada día.

Pero cuántas veces vemos un perro llevado por la calle con correa tensa?, casi parece un tira y afloja entre él y su guía.

Si el guía no quiere que se acerque a un objeto, o si el perro está tardando demasiado tiempo investigando una cosa, o si el perro simplemente es ya mayor y no puede andar muy rápido…. se utiliza la correa para tirar de él, para llevarlo de un lado de la acera al otro, para que vaya más de prisa, para que no huela esa caca…
voy por la calle y veo cientos de esas situaciones en media hora.

La frustración que veo en las caras de esos perros, hace que se me encoja el corazón.

Un perro de tamaño pequeño es levantado en brazos sin previo aviso y con un movimiento rápido. No tiene ningún control sobre la situación y tampoco se le pregunta si está de acuerdo. Es casi una violación de la libertad de elección del perro.
Tocamos perros desconocidos que vemos por la calle, sin pedirles permiso, sin presentarnos primero. Invadimos constantemente su espacio personal sin permiso.

Me pregunto por qué no tenemos empatía y un tipo de etiqueta en el trato con los perros. Los tratamos como juguetes u objetos sin dignidad o voluntad propia. Y si la tienen, los llamamos tercos y cabezudos.
Eso no es el trato que deberíamos tener con un amigo al que respetamos y queremos.
Esas situaciones provocan que la mayoría de los perros se vuelvan insensibles y dejen de comunicar con nosotros.
Y algunos se vuelven cada vez más reactivos y agresivos hacia su entorno.

Estamos obligados a limitar el movimiento de nuestros perros en muchas situaciones, sea por su propia seguridad o la de los demás, o simplemente por qué es la ley. Por qué no ayudarle al perro en esas situaciones, avisándole con antelación de lo que vamos a hacer?

Hace años, cambié mi forma de tratar a Dixie, la perrita que convive ahora con nosotros.
Ella es pequeña y su tamaño invita a levantarla en determinadas situaciones.
Pero, antes de hacerlo, se lo digo. La aviso con palabras y dejando mi mano un momento en su torso. Puedo notar como ella se prepara para ser levantada, y solo entonces la cojo en brazos.

Jamás me acerco a ella cuando está durmiendo, para tocarla. Sé que es su tiempo de descanso. Espero a que se despierte para ir a acariciarla.

Nunca me acerco de espaldas, sin decirle alguna palabra de aviso.

Cuando vamos con la correa, procuro que ésa siempre esté floja. Si quiero cambiar el sentido, cruzar la calle, o pararme, aviso a Dixie con palabras que hemos practicado en miles de situaciones parecidas.

Así permito que ella mantenga el control sobre su vida, su cuerpo, su espacio vital, dentro de lo posible. Tener el control aumenta la seguridad y el autoestima. Ella confía en mi y me sigue.

Cómo ella es pequeña, muchas veces no ve a los perros con que nos vamos a cruzar, por qué vienen hacia nosotras, escondidos por coches o arbustos.
Si yo veo al perro antes, la aviso con la palabra “amigo”. Así evitamos el sobresalto por un perro que tenemos delante sin previo aviso.

Vayamos de paseo con nuestro perro y comuniquemos con él, igual que lo haríamos con un amigo humano. “Vamos por aquí”, “Crucemos la calle”, “Allí viene la vecina del tercero que no te gusta!”, “Espera un momento…párate!”

Si somos conscientes de que hay un individuo con necesidades distintas a las nuestros, y sus propios deseos, en el otro extremo de la correa, podemos empezar a empatizar con nuestros amigos y ver el cambio en ellos.

Es precioso ver como los perros empiezan a comunicarse con nosotros de su forma sutil y suave, en cuanto se den cuenta de que les estamos escuchando y respondiendo.

De ahí, mi alegato a favor de la comunicación con el perro.

¿Estás interesado en mejorar la comunicación con tu perro? Contacta conmigo.